Pensamientos nostálgicos de un Warmipangui Kichwa Canelos de la amazonía en tiempos del covid-19
Estaba consciente de que la madre tierra estaba enferma, había dado señales de ello. Mediante lluvias intensas y sequías en algunas partes del mundo, estaba llamando la atención para que el hombre tome conciencia de su accionar al explorar los recursos naturales que ella nos ofrece. A inicios del dos mil veinte, me consideraba la persona más feliz y dichosa del planeta, porque iniciaba el tercer año de estudios para culminar mi doctorado en Antropología Social en el Museu Nacional/UFRJ, y también porque estaba con mi compañero de vida que había viajado conmigo para hacerme compañía mientras tramitaba mi residencia en Rio de Janeiro. En marzo, iniciaría clases. Habíamos hecho planes para estar juntos y disfrutar nuestro tiempo, ya que mis estudios e investigación de campo habían cambiado nuestra forma de vida; así que pensábamos aprovechar al máximo el corto tiempo que nos quedaba antes de que él retornara a Ecuador. En diciembre del dos mil diecinueve, escuchamos en las noticias que en Wuhan/China había surgido una nueva gripe y que se estaba saliendo de control. Nunca pensamos que alcanzaría tal magnitud, como para parar a todo el planeta. China, para mi, es un país mágico y lejano. Como tal, solo existe en mí imaginación. Con el pasar del tiempo, fuimos escuchando que aquel virus se esparcía incontenible y se elevaba a categoría de pandemia. Los no indígenas de los países “desarrollados”, como se consideran, se jactan de su avance tecnológico en medicina, así que imaginé que para antes que llegase esa amenaza a estas tierras, “en proceso de desarrollo”, la iban a lograr controlar. El tiempo iba pasando, y en un abrir y cerrar de ojos, ya había casos en América del sur. Si la mente y la difusa información no me engañan, fue Ecuador donde se registró el primer caso. El mundo se había puesto en alerta. Estaban cerrando aeropuertos, vías terrestres y marítimas. La nueva gripe, a la que en primer momento le nombraron coronavirus, tenía los mismos síntomas iniciales que la gripe común, solo que más fuerte y letal. Podía causar la muerte en un tiempo récord. Algunos presidentes no le dieron la debida importancia, como sucedió en Estados Unidos. Su actual presidente, Donald Trump, expresó que “solo es una gripecita”, a la que no había que tenerle miedo y no iba a parar todo un país. Una clara declaración de un capitalista, que solo piensa en los resultados económicos con los que se le va a medir, y no en la seguridad de todo el planeta. Escuchamos que Ecuador también estaba tomando las medidas sanitarias recomendadas por la Organización Mundial de Salud (OMS). Y que en Sao Paulo, se había reportado el primer caso. Mi compañero se puso nervioso, y yo también, porque, según los médicos, la nueva gripe era mortal para niños y personas mayores. Y él entraba en el grupo de riesgo. Sentí miedo, pues estábamos lejos de nuestra casa y de la familia. Además, me sentía responsable por él, ya que, si algo le pasaba, sería toda mi culpa. Y no me perdonaría. Porque fue por mí que él viajó. Además, que le diría a su familia. Me propuso adelantar el retorno a Ecuador porque estaban cerrando las fronteras. Cuando me lo preguntó, la tristeza invadió mi ser. Pero no expresé lo que estaba sintiendo por dentro y concordé con su propuesta, ya que no quería que él se sientiese triste o culpable por dejarme solo en Rio de Janeiro. La última noche juntos, no pude controlar mis sentimientos. Y el dolor se convirtió en rabia. No quería que se fuese. Pero no podía hacer nada. Así que dormí alejado de él. La vida me ha enseñado a mostrar una cara alegre y de bienestar, sin expresar dolor, aunque por dentro esté destrozado. Once de marzo. Fui a mi primera clase de Antropología de la Sexualidad, para madurar mi reflexión sobre el tema que estoy estudiando, el cual se desarrolla sobre Género y Sexualidad, enfocado en la homosexualidad indígena. Pensé que retomar las clases en el PPGAS me ayudaría a distraer mi mente de las penas que había vivido. Además, estaba rebozando de felicidad, porque me encanta el tema que íbamos a estudiar. Pero mi felicidad duro poco. Días después de las clases introductorias, el país entró en proceso de cuarentena. El virus minúsculo, pero mortal, había llegado a tierras cariocas. Suspendieron las clases sin establecer una fecha para retomarlas. Y, para asfixiar más mi ser, entraba un decreto de ley prohibiendo que las personas saliesen a la calle. Al día siguiente, desperté ansioso y sofocado. Pensamientos del pasado entraron en mi mente, y me di cuenta de que estaba lejos de los míos. Mi pareja se acababa de ir. Mi familia estaba lejos. No podía verme con mis amigos para distraerme o conversar sobre nuestros objetos de estudios en algún lugar de la ciudad, metidos dentro de una cafetería o en algún bar de las calles animadas de Rio. La depresión estaba tocando la puerta de mi casa. Sí no hubiera sido por mi amiga indígena, Dessana Isabel, hubiera dejado entrar a la depresión. Ella me ayudó con su compañía. Además, mi compañero y familiares estaban en constante comunicación conmigo, lo que me dio fuerzas para continuar. Recibí el correo de la Profesora María y mi orientador João de la disciplina Antropología Histórica y Etnohistórica, en la cual indicaban que las clases no se iban a interrumpir, solamente se iba a cambiar de método. Íbamos a usar herramientas tecnológicas para tener clases virtuales. Me puse feliz. Así, no iba a estar aislado leyendo y escribiendo solo en mi cuarto. Ahora se me presentaba la oportunidad de dialogar con mis otros colegas de estudio y, por lo menos por la pantalla del computador, verlos. Pasaron los días. Hasta cuando se recibió un correo de la Pro-rectoría PR2 de la Universidad Federal de Rio de Janeiro. En la nota, se decía explícitamente que se prohibía tener clases on line. ¿Porque hacían eso?, pensé. Pero enseguida me dí cuenta que no todos los estudiantes tienen una computadora en sus casas o acceso a internet. Es la otra cara de Brasil. María y João nos preguntaron si queríamos cancelar las clases on line o cambiábamos a un grupo de estudios sin carga horaria. Todos aceptamos. Y continuamos nuestros encuentros, todos los viernes, a la misma hora y por el mismo canal, el Zoom. La cuarentena está siendo difícil de sobrellevar para mí. Estoy lejos de mi entorno, de mi familia y de mi compañero. A veces, despierto con miedo y rezando a mis ancestros, para que nada malo les pase a ellos ni a mí. Porque si la muerte nos visita, a alguno de nosotros, no tendría la oportunidad de despedirme de ellos y verlos por última vez antes que retorne a las entrañas de la madre tierra. Pero las reuniones con mi grupo de estudio, mi amiga Isabel, mi compañero y mi familia me ayudan a distraerme y llevar una vida más o menos “normal”. Pero a veces la nostalgia entra en mi mente, y pienso en mi madre, mis hermanos y compañero. Recuerdo cuantos momentos felices viví junto a ellos y en mi interior exclamo “¡Daría todo por cinco minutos con los míos!” Solo espero que este virus ayude a reflexionar y repensar sobre la sobrexplotación del planeta… Sobre el autor: Mi investigación está en la línea de Antropología de las minorías, concerniente a Género y Sexualidad, enfocado específicamente en discutir y analizar la homosexualidad indígena Kichwa Canelos de la amazonía ecuatoriana. E-mail de contacto: [email protected] Os comentários estão fechados.
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AutoresAna Cláudia Teixeira de Lima, PPGHCS/COC/Fiocruz Arquivos
Novembro 2020
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